Cuentos imposibles

Érase que se era un modesto lector de weblogs al que le gustaba creerse que, como todo el mundo en el fondo tiene algo bueno que aportar, su obligación era leerse todas las páginas que tan profusamente venían recomendadas por los grandes eruditos de la materia en los portales, metaportales y suprametaportales hipermegaespecializados.

A pesar de que la mayoría eran unas bazofias de muy difícil digestión, a él le parecía una inmoralidad decirlo en voz alta, sobre todo cuando comprobaba que sus "mayores" hablaban maravillas sobre aquellos sórdidos mamotretos que no paraban de engordar día a día.

Siguió calcinando su paciencia con temple y diligencia en la lectura de aquellos soberanos bodrios, hasta que se hizo amigo de los autores, atreviéndose incluso a dejar a un lado sus escrúpulos y poner algún que otro comentario, siempre caritativamente halagador, para guardar las formas y, sobre todo, ganarse su amistad.

Pero con el paso del tiempo se fue dando cuenta que aquellas pretensiones de amabilidad resultaban hasta contraproducentes, pues, aunque se esforzaba en resaltar en unas pocas líneas los aspectos más favorables -normalmente inexistentes- de los post, siempre acababa tropezando con la desaprobación del autor, quien infaliblemente consideraba que su obra merecía más epítetos altisonantes, más adjetivos encomiásticos, más hipérboles superferolíticas.

Aunque nuestro lector, traicionando sus principios, trataba de satisfacer a aquellos autores, espolvoreando sobre sus textos toneladas de incienso y llegando a encumbrar aquellas birrias a la cúspide de la literatura contemporánea, nunca agradaba del todo a aquella recua de insaciables vanidosillos, que al final resolvían escribir ellos mismos sobre ellos mismos, en un obsceno ejercicio de autobombo.

Al menos aprendió una lección para empezar su blog, no importa que la escritura sea una herramienta que deba utilizarse con rigor y escrúpulo, la escritura debe halagar siempre a su destinatario y acariciar la víscera de su orgullo con bellas mentiras.

Es la única manera de entrar por la puerta grande en el olimpo de los dioses sin un sólo reproche de aquellos con los que vas a tener que compartir la fama.

Por supuesto, esta adaptación de un original cuento de prada, es una mera ficción y, naturalmente, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

¿Alguien lo ha dudado?

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