La fraternidad de babel: lo difícil no es pintar lejanías, sino describir concreciones

El giro de la literatura y el arte en los últimos tiempos nos pone ante un fenómeno insólito. Hasta ayer la obra literaria o artística surgía de una unidad-humana, la del autor, y reflejaba esa unidad o la de alguna de sus facetas. El creador era a la vez filtro -que obligaba a la obra a pasar por una determinada criba- y era, a la vez, un impulso de cohesión hacia arriba. Del tamiz -el corazón o el intelecto- le quedaba a la obra un fuerte perfume humano; del empuje, una vertical espiritualidad. En todo caso se notaba que la personalidad del artista dominaba la obra, que quedaba sellada por ella definitivamente.

Ahora las cosas son distintas. Se impone el todo vale. Cualquier pícaro advenedizo juntapalabras que pierda su tiempo manejando las adecuadas herramientas del marketing blogsférico obtendrá infinitamente mejores resultados que aquel que simplemente se vuelque en la creación.

Por eso alegra tanto encontrarse, escondido entre innumerables (y casi todos ellos infumables) blogs (tan pretendidamente literarios ellos) algo tan correcto como "la fraternidad de babel"

Sus antecedentes -a pesar de no existir ciencia más caprichosa que la genética- (su autor es hijo del inmortal José Mallorquí), y su admirable currículo (haber trabajado en "la codorniz" es la mejor carta de presentación que alguien puede adjuntar) podrían ser motivos suficientes para provocar su lectura.. pero el resto tampoco defrauda. Hay aquí, en primer término, una prosa educada, sometida a norma y límite, a molde y módulo. Es una prosa sin estridencias, con sordina, de un suave tono pedagógico que va del consejo a la confidencia. Enseña blandamente, sin un solo grito. Su cadencia mece al lector en un ritmo sobrio que, sin alardear de premeditado, no abandona nunca el noble empaque.

Una pulida prosa de gabinete en tono menor que nos hace, a pesar de todo, seguir confiando en los blogs como útiles herramientas de creación literaria.

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