Diarios de fútbol: para atacar hay que tener el balón

Los que no miramos a través de un velo de fervor religioso aquello que empezó siendo un deporte, reconvertido hace ya mucho tiempo (por culpa de arrivistas sin escrúpulos en busca del fenicio interés) en un espectáculo de estantería, de salón, de diseño de escaparate, de salida de aeropuertos y de entrada a los hoteles, hace ya mucho tiempo que desistimos de no asistir a otros partidos que no fueran las reuniones anuales de solteros contra casados.

Por eso, cualquier acercamiento a los blogs relacionados con esa escuela de fanatismo en que se convierte cualquier cosa que tenga que ver con el fútbol, sus aledaños y la pasión fetichista, tan absurda como descontrolada, tan irracional como surrealista, que suele provocar el tema, me había hecho huir, como alma que lleva el diablo y a pesar de las constantes recomendaciones, de las miles de bitácoras, tan glosadoras y escolásticas ellas, dedicadas a este asunto.

Mal hecho. Es verdad que en todas partes cuecen habas, pero entre tantas algunas tenían que salir buenas.

Diarios de fútbol es uno de esos casos singulares. Un blog grupal con un aceptable diseño desde el que sus autores intentan no caer (aunque no siempre lo consiguen), en el habitual griterío del discurso bipolar que cambia en función del resultado que obtenga el equipo de sus amores diez minutos antes. Algo que, sin duda, es de agradecer.

Si acaso un "pero". Es cierto que gracias a las anárquicas características de los blogs (mal que les pese a algunos) sus autores pueden permitirse en ellos ciertas pasadas que, en otro lugar, serían hirientes. Un blog de fútbol tiene sentido mientras sirva como puro entretenimiento, mientras permita al lector olvidarse por un rato de los problemas de verdad. Lo que empieza a resultar insoportable, a pesar del poco tiempo que lleva abierta la bitácora, es el aire de seriedad que algunos de los componentes de diariosdefutbol intentan dar a sus comentarios, que más parece que hablaran del precio de la vivienda que de unos señores extáticamente horteras acostumbrados a tocarse los cojones seis partidos sí y uno no. Estamos hablando de un espectáculo, no se olvide. Es legítimo, es divertido, pero no conviene hacer el ridículo tratando de parecer transcendentes.

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