Nos cuentan que...
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Un buen censor nace, no se hace. Todo el mundo lo sabe. En su propio parto le indica al médico el lugar exacto por donde debe cortar el cordón umbilical. De adulto decide la medida de la falda de su mujer y a la hora de hacer el amor si no es rápido y mal le resulta sospechoso; para pasarlo bien ya están las profesionales. No es raro oírle utilizar lo que los semánticos llaman el plural censor que consiste en decir "nos" molesta cuando algo "le" molesta y "nos" preocupa cuando algo le preocupa. Es decir, hablan en nombre de todos sin tener dotes de ventrílocuo.

De Torquemada a Goebbels, reprimidos y fascistas incapacitados para cualquier práctica artística han impuesto sus criterios estéticos por el simple hecho de carecer de ellos. Hoy en día, la Asociación de Censores Desempleados reclama mano dura para acabar con los desmanes, mientras afila su amargura. Pretenden hacernos creer que no hay censura. Y esa es su estrategia perfecta. Pero siguen ahí.

Los censores de hoy van disfrazados de demócratas de Armani con teléfono móvil. Parecen inofensivos porque sonríen y no van a misa pero están ahí. Nos escandalizamos porque un científico saca una oveja clónica de otra oveja y, sin embargo, no decimos nada de los que clonan a hombres para convertirlos en oveja, con éxito total, por cierto. La peor de las censuras pervive hoy bajo frases en apariencia inocentes como "lo que le gusta a la gente" o "lo que la gente pide". La gente es lo que el diccionario define como "conjunto de personas" por lo cual resulta imposible que todos tengan una misma opinión y un solo gusto. Habrá que meter mano al diccionario.

Los censores han escalado en el organigrama de los medios de comunicación y en vez de estar abajo están arriba. Conocen lo que le gusta a la gente y si algo les gusta se lo dan porque es su obligación. Y resulta que lo que le gusta a la gente no conozco a nadie que le guste, por lo que les digo: "nosotros, no somos la gente" y me siento desterrado en mi propio salón. Es más fácil dejarse convencer. Los censores deciden lo que me gusta y se lo agradezco porque me evitan el esfuerzo de elegir y a ellos se les evita el esfuerzo de censurar porque ya lo fabrican al gusto de todos que es la frase más fascista que puede oírse en nuestros días.

Los censores han decidido que me guste el morbo tonto, el fútbol en avalancha y la vida privada de la gente. Y han construido un país paralelo al real, tan gris, tan triste, y a ese paraíso se mudan hasta extranjeros que en su casa no se comen un colín y aquí viven al sol de las entrevistas pagadas y las exclusivas y se follan a nuestras tontas nacionales que deberían ser tan patrimonio protegido como las catedrales. En el país del famoseo y la gilipollez babeamos de gusto porque nos gusta, y nos lo fabrican a nuestro gusto. Gracias.

Me gustaría saber qué hay que estudiar para saber lo que le gusta a la gente y así escribiría hoy el artículo que le gusta a la gente y le diría a otros que también escriban lo que le gusta a la gente. Porque debería estar prohibido hacer cosas que nos gustan a la gente, aunque a algunos les guste, pero esos no son la gente y lo que importa es la gente. Propongo nuevo himno nacional: Viva la gente. David trueba..

Mensaje para censores obstinados, con un sentido del humor bastante limitadito, y muy adictos al pensamiento único -el suyo-: lo decía bertolt brecht: "lo que importa no es ser el más fuerte, sino el superviviente". Y resulta que seguimos aquí.

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